Dejas claro que podemos aprovecharnos de tu instinto animal más salvaje para llamar la atención. Sabemos cuando haces click.
Somos asesores en comunicación y te lo aseguramos: no se ha inventado bajo el cielo mejor comunicación que la que se practica piel contra piel.
No hay poder humano que ahuyente la necesidad sensorial que despierta la visualización de unas carnes lisas y aceitosas. Los placeres terrenales llevan a los hombres a seguir las órdenes de su entrepierna y a las mujeres, a la enloquecida búsqueda de entrepiernas. A poder ser, con cabeza. Bien chupando asfalto con alpargatas o en la soledad internáutica, los instintos son como las grandes ciudades. Nunca se duermen.
Pero esto no solo va de genitales. Que también. Va de querer comernos el mundo, empezando por algo corpóreo.
Va de pellizcos a la luna, de sorbos de vino, de bailes de cuerpos, de humaredas de canela, de conversaciones entrecortadas, de montañas rusas. Y de todo a la vez.
No hay que ser un gurú del marketing para saber que es fácil vender placer. No tanto vender tornos, engranajes, bombas o grúas sin recurrir a la erótica. Pero, ¿qué sería de la publicidad si no ayudara a veces a entrar en calor?
La idea del sexo estará siempre presente en publicidad porque a no ser que te dirijas a un marciano, con el sexo tienes la mitad del trabajo hecho. Has captado la atención. La otra mitad corresponde a identificar placer con marca. ¡No vaya a ser que nadie recuerde la marca anunciante! Sería un fracaso estrepitoso.
La publicidad consiste en la construcción del deseo, en la reconversión de la necesidad en deseo. La estimulación del deseo sexual, que no tiene caducidad, pone a los consumidores al servicio de los departamentos de marketing y publicidad que buscan notoriedad de marca. Expertos en neuroeconomía afirman que el 80% de las decisiones de compra son emocionales. Y apelar al sexo es la manera más fácil y recurrente de emocionar.
En este link tienes fotos PPCs (pechos, penes, culos). Seguro que algo se te mueve…
Recuerda siempre que los besos perdidos no se recuperan.
Los saltos de tigre, tampoco.
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